domingo, 27 de febrero de 2011

Contestación a tu carta

Querida hija.
Me encanta recibir tus cartas. Hace mucho tiempo que no ponemos en práctica la antigua costumbre. Con este nuevo medio nos hemos olvidado del papel y del boli. Además, pensar que alguien más que tú puede leer lo que escribo y lo que escribes tiene algo de impudor, y tú sabes que soy muy pudorosa.
Otras personas piensan lo contrario. Dicen de mis poesías que son demasiado claras, demasiado evidentes, demasiado íntimas. (Debes ser que, aunque me quede pudor la vergüenza está en las últimas).
Leer tus cartas siempre me dejan la misma impresión: me quieres demasiado. En general quieres demasiado a todos los que quieres.
No me creo merecedora de tanto cariño y de tanta admiración, pero es cierto que agradezco y mucho todos esos sentimientos con los que me premias.
Mi mejor premio eres tú, tú y tus cartas, tú y tus risas. Las risas de todos mis hijos, las conversaciones y las presencias de todos vosotros, vuestra generosidad, vuestro respeto.
Cada uno de mis hijos es un premio para mí, pero tú, con tus cartas, me has hecho emocionarme un montón de veces y me has hecho reír muchas más.
Esos hilos calientes que sostienen el amor entre las personas estarán calentando la distancia que hay entre tu casa y la mía, entre el lugar que tu ocupes y el sitio en el que yo me encuentre. Confiemos en que ese calor
ayude a la curación de tu esguince.

Espero verte pronto. Será que las dos estaremos ya repuestas.

Un millón de besos. O dos.

viernes, 4 de febrero de 2011

¿Una consecuencia más?

Ayer le vi a las puertas del supermercado a donde voy casi a diario a por lo imprescindible para pasar el día. Me chocó su estampa curiosa y limpia. Vestía un abrigo color camel bastante nuevo y calzaba zapatos negros limpios y brillantes. Se encontraba sentado sobre una enorme maleta de un color chillón. Cabizbajo, alargaba la mano en petición de ayuda.

No era el clásico mendigo. A mis ojos, aparentaba un marido al que le habían puesto «la maleta en la puerta». Le di algunos céntimos y le miré a los ojos.

Esta mañana he vuelto a verle. Tiraba de su pesada maleta y se le veía más cansado que el día anterior.

Al pasar a su lado se ha detenido a preguntarme dónde estaba Cáritas. «Le queda aún un poco lejos», le contesté. Le envié hacia la plaza para que allí le encaminaran.

Parece un nuevo mendigo, un nuevo candidato a llenar las esquinas y las entradas de los mercados; una nueva sombra que necesita abrigo, comida y compañía. Uno más en las entradas de las iglesias.

Si este hombre es una más de las consecuencias de la crisis, a ver si ya, por fin, los que tienen en sus manos las soluciones (que sí que las tendrán), se ponen a la tarea y nos dejan respirar.